Singladuras etílicas

Sábado 5 de enero 2019. A poco menos de una semana del comienzo de año, no me repongo de la resaca de postreros posteos en redes sociales, autocríticas sobre los fallidos intentos del año pasado por hacer régimen, también: promesas de empezar el 1 de enero 2019 –mejor el 2 o 3 de enero 2019, hasta acabar con los restos de pavo, lechón, vitel toné y pan dulce; Roma no se hizo en un día– y empezar con un régimen definitivo, y definitivo cambio de hábitos, y definitivos proyectos de realizar lecturas postergadas hace lustros, y definitivos planes de escritura. Veo que hace exactamente 364 días escribí sobre Congéneres y resacas literarias y sus causas. Ahora esta singladura me lleva un activo causante de las resacas, las bebidas destiladas, por las esencias que encierran.

Como el consumo de los fermentados naturales con tenor alcohólico a base de uvas, granos o frutas varias, de los cuales provienen vinos y cervezas, es una historia que se remonta a la Biblia, elegí las destiladas. Es interesante la evolución de las bebidas espirituosas porque revela la manera de separar la esencia y lo sustancial de un preparado, ¿qué otra cosa son el arte y la literatura? Es posible destilar el jugo o preparado de casi cualquier producto vegetal: trigo, maíz, sorgo, cebada, papa, remolacha, agave –hace años, vi un documental brasileño sobre una cárcel: los presos fermentaban jugo de naranja en bidones plásticos y lo destilaban usando una enorme tetera, con la tapa sellada con masa de harina y a cuyo pico le añadían un tubo plástico como serpentín refrigerante–. La etimología de la palabra alcohol indica el trascendental paso que intermedia entre vino y brandy. Alcohol deriva del árabe al koh'l, que conocemos como kohol, maquillaje femenino de los ojos –aunque con el asunto de la igualdad de género y otras menudencias, políticamente correctas, pero que pueden manear cualquier intento literario, mejor decir ‘maquillaje para ojos’, en lugar de ‘maquillaje femenino para ojos’–. El al koh'l se obtenía con el sublimado de la galena –una sustancia pasa del estado sólido al gaseoso sin atravesar la etapa líquida intermedia– y su posterior condensación, más el agregado de sustancias aromática y colorantes para darle la consistencia de polvo o crema. Durante el dominio árabe del Lejano y Cercano Oriente y el norte de África se perfeccionaron técnicas de destilado –palabras relacionadas con la destilación tienen origen árabe: alambique, alquitara, atanor, alquimia–. Pero los árabes no bebían alcohol, destilaban para hacer perfumes, ungüentos; y llegaron bastante lejos, se le atribuye al alquimista persa Jabir ibn Yayya, el descubrimiento del "agua fuerte", que disuelve la plata y "agua regia" que disuelve el oro.

Los cristianos se encargarían de mostrarle al mundo otra manera de usar el alcohol, bebiéndolo. La leyenda nos cuenta que San Patricio, patrono de Irlanda, trajo a Europa la técnica para elaborar alcohol a partir de mostos y guarapos. En el siglo V de la era cristiana, el santo partió para conocer el Cercano Oriente y llevar la palabra de Dios; ignoro los resultados de esa labor evangelizadora. Lo que fue leyenda –y, al parecer, ‘verdad histórica’– es que regresó a Irlanda portando un alambique que luego sería reproducido, difundido al resto del mundo, y perfeccionado con el paso de los siglos y nuevas nacionalidades. Ahora, en la verde Erin no abundaban las viñas, pero en los monasterios fabricaban cerveza con cebada y centeno; San Patricio tuvo la idea de destilar los mostos y obtuvo una nueva agua, que aclaraba la voz y calentaba los corazones en los fríos maitines, había nacido el aqua vitae o el uisce beatha (uisce con c, agua bendecida), hoy conocida como whiskey (whisky irlandés). Interesante la relación del agua con el alcohol, desde el vodka –literalmente agüita en ruso– al aquavit, pasando por el aguardiente o el "agua de fuego" –a la que se volvieron adictos los indios pieles rojas en los comics de nuestra infancia–; cuando no con el espíritu de, allí el nombre genérico para los destilados: bebidas espirituosas o el "espíritu del vino", uno de los primeros nombres para el brandy. El aqua vitae, a diferencia del "agua fuerte" y el "agua regia", tiene el don de, si se consume excesivamente, disolver la razón y la cordura. Como sea, seis o siete siglos después del regreso de San Patricio, los monjes de Irlanda y el resto de Europa comerciaban distintos destilados, secos o dulces, aromatizados con todo tipo de hierbas, semillas y especias. La historia tiene sus flecos y muchos entresijos.

San Patricio nació en Cumbria, región de Escocia, por aquellos siglos los escoceses declaraban que sus clanes antepasados habían llegado a Jerusalén antes que los cruzados y que fueron ellos los inventores del ahora uisge beatha (uisge con g) hoy conocida como whisky –las brumas de las Highlands y el uisge beatha, pueden provocar delirios místicos, patrioteros o el monstruo de Loch Ness–. Quienes zanjaron este problema onomástico fueron las tropas de Enrique II de Inglaterra –el involucrado en el affaire del obispo, hoy santo, Tomás Becket, que tuvo sus derivas literarias en T.S. Eliot y Jean Anouilh; imposible hablar de singladuras etílicas sin sus consecuencias literarias– que hacia finales del 1100 invadieron Irlanda. Algunos de estos soldados tuvieron la suerte de alojarse en la abadía destiladora donde encontraron algunos cascos de roble que, ni lerdos ni perezosos, se apresuraron a taladrar. Luego de beber el contenido del nuevo elixir –que no era el esperado vino o cerveza– se sintieron con los pies alados como si tuvieran las sandalias de Hermes –el dios del Olimpo, no Hermès la marca francesa– que los empujaban volando como flechas (to whisk, llevar rápidamente en inglés).

Empiezo el año bien avanzado con las relecturas de Metamorfosis de Ovidio y Mitologías de Roland Barthes; a medio camino de 800 páginas de Estambul, la ciudad de los tres nombres de Bettany Hughes. Las ciencias y las artes son como bebidas espirituosas, un quevediano “escuchar con los ojos a los muertos”, y también a los vivos; un condensado de esencias. También una hermandad universal, como la de las bebidas destiladas, pero ahora literario, donde somos cófrades y protagonistas con las sensibilidades y espíritus de todos los tiempos y todas las épocas, eso que se llama Zeitgeist, y sobre este tema ya reflexionaron Machado de Assis y Jorge Luis Borges.

Volviendo al whiskey o whisky, el último detalle. Una vez destilada la bebida pasa entre 7 y 30 años en vasijas de roble; pero una vez embotellada, permanecerá inalterable y sin envejecer, en su misma edad, por los siglos de los siglos. Como los textos de una biblioteca de clásicos de todos los tiempos y culturas –que, en el caso de los whiskies sería blended (mezclados) –. Por los siglos de los siglos. Amén.