Un año de lecturas

A veces es difícil no ser autorreferencial, máxime si uno se propone hacer el balance de lecturas del año.

En 2018 leí y releí apenas 41 libros en español, inglés, portugués y francés. De ellos dos best sellers: Bombardero de Len Deighton –relectura– y Sabotaje de Pérez Reverte, préstamo de un colega librero que leí el fin de semana; ambos cruzados y reinterpretados a la luz de Aristóteles. Len Deighton es Gardel; Pérez Reverte, recuerda a Florence, la protagonista de la película Florence Foster Jenkins, cada día canta peor; hay que reconocer que, gracias a sus habilidades como provocador profesional y oportunista literario no la lleva nada mal.

De tres escritores argentinos, dos son perfectamente olvidables –si la Biblioteca de Alejandría hubiera estado repleta de dos de ellos del tipo de Cómo me hice viernes y La vida invisible–, nadie habría llorado su incendio; son arduos –en la segunda acepción de la RAE– "como los arduos manuscritos / que perecieron en Alejandría". El tercero, Adelaida Sharp y su tiempo de Ana Abregú, hace pensar que no todo está perdido en la narrativa nacional, delicada serie de relatos entrelazados que dialogan entre ellos y pueden leerse como capítulos de una novela. Técnica que amerita ser copiada.

Avanzo en mi escritura a mano y veo el motivo de tan parca cantidad de lecturas y relecturas: los cruces y relecturas –imposible no repetir "lecturas" y "relecturas"– parciales a los que me llevaron los textos leídos en 2018. De mi nueva visita a Herodoto, Los nueve libros de la historia me llevaron a sobrevolar y hacer breves aterrizajes en Tristram Shandy. La Ilíada, Odisea y Eneida, me hicieron revisitar notas y subrayados de Apolonio de Rodas y ver, de qué manera aflora; sobre todo en lo que hace a la traza de los viajes de Jasón y los Argonautas, en los periplos de Odiseo y Eneas. Sin olvidar la presencia de los viajes de Jasón en Metamorfosis de Ovidio.

Otra razón de mis parcas lecturas fue que, a lo largo del año pasado, me dediqué a fichar algunos de los textos: Homero, Virgilio, Aristóteles y Horacio. Además, constatar que los dos últimos han sido leídos y consultados de manera casi permanente a partir de 2015; ya es el borrador de una poética: la mía.

En el Capítulo 6 de Poética de Aristóteles leemos, cuando habla de la tragedia: "Además, sin acción no podría surgir ninguna tragedia, pero sí sin caracteres. De hecho, las tragedias de la mayoría de los autores recientes carecen de caracteres –perfil de personajes–", de donde se deduce que a Aristóteles no le interesa la estructura psicológica de los personajes de la tragedia, sino sus acciones; importa la trama que enlaza hechos, al margen de la percepción subjetiva que los personajes tengan de esos sucesos. De hecho, Pérez Reverte tiene acción, pero no caracteres –siempre las mismas máscaras en sus novelas, sucedan en el Siglo de Oro, la Ilustración, o en el siglo XX–, de allí que es claro que cada vez que escribe una novela es obvio que piensa en su adaptación cinematográfica. Todo un mérito, no creo que el vuelo –gallináceo–de Cómo me hice viernes y La vida invisible, dé para tanto. En contrapartida, Adelaida Sharp y su tiempo, de Ana Abregú carece de acción, los textos son como poemas y se adaptan perfectamente a ser escuchados, no vistos.

Termino de hojear Epístola a los Pisones y veo este subrayado: "El mérito y la elegancia de una exposición estará, o mucho me equivoco, en decir en el instante adecuado lo que debía decirse y a su vez retardar y omitir lo restante; el autor que se ha comprometido a escribir un poema, ha de amar una cosa y desechar otras". El párrafo estaba señalado con una línea vertical y, al lado de esta, un signo admiración, de cierre (!) encerrado en un triángulo con la anotación: "confrontar con la teoría del iceberg de Hemingway". La anotación no tenía fecha.

Last but not least (último, pero no postrero), no debo olvidar de El teniente Kizhé, de Iuri Titianov, en la deliciosa edición de Editorial Leteo; reafirma mi prejuicio sobre la literatura argentina contemporánea, de la cual rescato a Edgardo Cozarinsky, cuyo último libro acabo de leer. Queda para el balance de 2019.

 





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