Con los ojos de Julian Barnes

En algún artículo publicado en la revista "El Hogar", Jorge Luis Borges, el escritor argentino dice que una forma ideal de novela sería aquella en la cual el lector, cuando esté llegando al final, se cruce con un párrafo que produzca reflexionar sobre el texto; que ello estimule a recomenzarlo, y encontrarse con una historia totalmente diferente a la que había leído.

Esta boutade enfoca la actitud que cada persona asume frente a un texto u obra de arte porque –valga la paráfrasis de Heráclito: "nunca leerás dos veces el mismo libro ni verás dos veces el mismo cuadro"– nos coloca en el meollo de la percepción estética: nuestro gusto y su retroalimentación; Pierre Menard lo tenía claro. Así, el artículo de "El Hogar" focaliza en el tema de la perspectiva, término polisémico –una aproximación en la RAE da nueve significados distintos– y, a los fines de la apreciación de la obra de un plástico, músico o narrador, cinco de ellas son válidas–: "Sistema de representación que intenta reproducir en una superficie plana la profundidad del espacio y la imagen tridimensional con que aparecen las formas a la vista"; "Panorama que desde un punto determinado se presenta a la vista del espectador, especialmente cuando está lejano"; "Apariencia o representación engañosa y falaz de las cosas"; "Punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto"; y "Visión, considerada en principio más ajustada a la realidad, que viene favorecida por la observación ya distante, espacial o temporalmente, de cualquier hecho o fenómeno".

En los ensayos reunidos en Con los ojos bien abiertos, Julian Barnes aporta su visión de escritor que "lee pintores", quizás sin saberlo siguiendo el hilo de Ariadna del artículo de "El Hogar". Alrededor de la mitad del libro analiza la técnica de Vallotton, el paysage compossé (paisaje compuesto): "Salía al campo, hacía bocetos, tomaba notas, regresaba a su estudio y montaba la pintura usando material de diferentes lugares: una naturaleza nueva, técnicamente inexistente creada sobre el lienzo...; así El estanque (1909) contiene áreas representadas en un estilo impresionista, otras con un realismo contundente, mientras una zona de agua negra y turbia parece mutar en un enorme y siniestro pez a medida que la miras". En este punto se me hizo necesaria una vuelta al principio y ver qué otras trampas había montadas en el texto y qué lecturas convocaba.

Acotado por su evidente simpatía con la cultura francesa, el libro empieza con un texto magistral –ya publicado en Historia del mundo en diez capítulos y medio– para continuar con, entre otros, Delacroix, Courbet, Manet, Cézanne, Redon, Bonard, Vuillard, Valloton, Braque, Magritte, Oldenburg, Freud, Hodking. A partir del ensayo "Magritte: un pájaro en un huevo", Barnes afina su perspectiva y despliega su capacidad de análisis para armar sistemas de referencias, literarias y pictóricas. Un autorretrato de Magritte, La clarividencia, lo muestra de perfil, mirando un huevo sobre un mantel burdeos, la paleta en la mano izquierda, pero sobre el lienzo blanco pinta un ave que levanta vuelo, asociaciones mentales de la imagen y una transformación artística. La clarividencia nos muestra el proceso mental de creación del pintor, casi como "La filosofía de la composición" de Poe llevada al plano de la pintura. Margritte plasma la transformación en un diálogo con Oscar Wilde, "la vida imita al arte"; en la naturaleza la transformación ocurre con todas las aves. Pero, además, La clarividencia, nos retrotrae a la boutade de Borges: visto de izquierda a derecha, el cuadro nos muestra que primero fue el huevo; en el recorrido inverso, primero fue la gallina.

Diecisiete años median entre el primer ensayo "Géricault: la catástrofe convertida en arte" (1987) –publicado originalmente en Una historia del mundo en 10 capítulos y medio con el título "El naufragio"– y "Hodgkin: Palabras para H.H." (2006). En este último texto Julian Barnes avanza sobre la estrecha relación de Flaubert con la pintura y, a la vez, expone sus propias ideas sobre el acto creativo. Flaubert rechazaba la obra de Courbet, lo acusaba de ser doctrinario y de "no sentir el sagrado secreto a la forma". Flaubert pensaba que, en literatura y plástica, no sólo trata de lo que se pinta o escribe, sino de lo que se oculta y, en la representación mental que se hacía de una escena, solía tener detalles que ocultaba; Hemingway lo habría de llamar "teoría del iceberg". Flaubert le confesó a los Goncourt que, cuando escribía una novela, el argumento era lo menos importante, lo primero que buscaba era darle un color o una tonalidad; así para él Salambó era púrpura y Madame Bovary, gris mohoso.

No abundan los trabajos de autores literarios sobre artistas, está El atrevimiento de mirar, de Antonio Muñoz Molina, que es licenciado en Historia del Arte y, antes, Hemingway. En una sus primera notas sobre tauromaquia el joven Hemingway narra un viaje a un pequeño pueblo para ver una corrida de toros, según su perspectiva el paisaje era de Velázquez pero, ya en el pueblo, camino a la plaza de toros, la cantidad de mendigos tullidos y ciegos lo hizo pensar en Goya y, en Muerte en la tarde define la tauromaquia como arte y la compara con obras de artistas como Picasso o Velázquez.

Con los ojos bien abiertos, devela más allá de los gustos pictóricos del escritor, que el arte es nadar en nuestro propio río interior, zambullirnos en nosotros mismos.

 





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