Fásmidos y pairedolias

Terminé de releer Men Without Women de Hemingway, publicado en 1927, y el último cuento del libro me lleva  a “El gran río de los dos corazones”, que apareció en el libro In Our time cuya primera edición fue tres años antes. Porque en “As I Lay Me” (“Mientras los demás duermen”), encuentro el mismo fragmento de un pescador sentado en un tronco sobre la corriente comiendo un sándwich, el protagonista está en la misma posición en que Nick Adams mirará hacia el pantano, el segundo corazón al que alude el título del cuento, sabiendo que algún día deberá ir a pescar allí. Porque el protagonista de “Mientras los demás duermen” sufre de insomnio y, en estas duermevelas, imagina arroyos donde pescar a los cuales accede haciendo largos viajes en tren y luego caminando millas para llegar a ellos ─el mismo recorrido que hará Nick en “Río de los dos corazones” antes de llegar al lugar donde acampará─, para concluir que los arroyos y pescas imaginadas se le confunden con las reales y no sabe cuál es cuál.

Una situación análoga, una evocación que no sabemos si es real o imaginada, se ha dado en “El gran río…”; Nick, el protagonista,realizauna excursión de pesca, que hará solo en el brazo claro e iluminado del río, en un lugar distante dónde sólo puede acceder caminando. Está solo con sus pensamientos, sabemos que no ha llevado nada para leer ni escribir y, luego de la primera jornada preparando el campamento, por la noche, finalizada la cena y al momento de preparar un café, recuerda la manera de hacerlo de un amigo, Hopkins, del cual recupera fugaces situaciones en otros campamentos, y, con su evocación, resuelve seguir su método. Al momento de beberlo, el café está amargo y Nick esboza una sonrisa, porque “era un buen final para un cuento”. Del resto del relato nos queda la segunda jornada dedicada a la pesca y la reflexión final del narrador, que en el lado oscuro del pantano, al cual Nick no piensa ir, habría peces muy grandes, pero difíciles de atrapar y sacar.

Hace un par de meses supe, a raíz de la lectura de una biografía de Hemingway, de su admiración por los cuentos de Turguéniev y resolví pagar una vieja deuda, avancé sobre Memorias de un cazador y vi que muchas de sus técnicas y procedimientos literarios están ocultos como fásmidos entre los relatos de Hemingway y, como cualquier forma de mimetismo del reino animal , me encantan los fásmidos. El eje de los relatos de Turguéniev son las historias que un aristócrata de la Rusia Zarista de la primera mitad del siglo XIX vive o escucha en la Rusia profunda. Relatos que involucran al narrador, miserables mujiks, la pequeña burguesía rural, señores feudales, siervos y hombres libres, y sabias ancianas. El protagonista, con su escopeta al hombro ─solo se interesa por la volatería─, deriva por bosques, llanuras y pantanos con una máxima que es la carta de marear de su estética “¿Dónde deja de meterse un cazador?”; en el caso de Hemingway, también un pescador.

Fue en años de secundaria, cuando el profesor de zoología nos motivó para armar nuestras cajas entomológicas, cuando me interesé por los fásmidos; tipo de insectos cuya apariencia y color le permiten mimetizarse con la vegetación ─es decir, “arman un relato” para engañar a sus predadores─. La joya de la corona en nuestra búsqueda del tesoro por jardines, plazas y el parque San Martín era el fásmido bicho palito, al cual nunca pude atrapar, pero logré poseer un ejemplar en mi caja.

Porque en un viaje a Buenos Aires tuve la suerte de atrapar y acondicionar los cadáveres de ejemplares de un raro y codiciadísimo insecto que no habita en la provincia, también, por su aspecto de triceratops, muy codiciado: el bicho torito ─el diamante Koh-i-Noor para nuestras colecciones─, fue gracias al trueque de uno, que me vi feliz propietario del bicho palito.

Desde hace varias semanas vengo notando una merma en la cantidad de palomas que, al atardecer, se descuelgan del techo de regreso a sus nidos. Por una nota en un diario supe que los caranchos se están asimilando a su nuevo hábitat, la ciudad, donde hay sobreabundancia de uno de sus platos favoritos: las palomas. Hace un par de días, resolví tomar sol en la terraza mirando el cielo, sensación de estar viendo el mar sin fondo que se extiende por encima de las copas de árboles, edificios y antenas. En mis divagaciones, primero busqué formas familiares en las nubes, pareidolias ─palabra de etimología muy significativa─ que suelo encontrar también en algunas siluetas de edificios o de follaje recortados contra ellas o en las sombras del atardecer; concluí que pareidolias y fásmidos hacen a la ficción. De repente, flotando en el aire vi, distante, pero nítida, una pareja de caranchos, busqué unos prismáticos y pude apreciarlos de cerca: copete negro, cuello blanco, plumaje negro veteado de marrón claro. Con pocos aleteos volaban montándose en las térmicas de aire caliente hasta que se perdieron rumbo a la Reserva Ecológica; volví a mi realidad y a la reposera en la terraza; parafraseé la reflexión de Turguéniev “¿dónde deja de huronear un fisgón en busca de una historia?”

Fásmido es una palabra sugestiva ya desde su nombre y, al fluir de estas líneas, vi la persistencia de mi afecto por este orden de insectos; fásmido deriva del griego fásma, forma apocopada de fántasma (aparición, visión, sueño, ilusión) y derivada del verbo fantasómai (hacerse visible); también de estas palabras derivan fantasía y fantasmagoría. Palabras ligadas al cosmos de las disciplinas protegidas por las nueve Musas y que hacen a la esencia de la práctica de cualquier arte: “el arte es ocultar el arte” (ars est celare artem), técnicas y artilugios de fásmidos entreverados con pareidolias.

Veinticinco años después de “Río de los dos corazones”, Hemingway fue a la búsqueda de una pieza que no pudo sacar, pero no fue una trucha sino un marlín descomunal. Y no fue Nick sino el viejo Santiago en El viejo y el mar, un trozo elaborado de manera independiente y extraído de un largo manuscrito, que se editó y publicó de manera póstuma, Islas en el Golfo, la más polifónica y barroca de sus novelas, comparable en ambición con su ensayo Muerte en la tarde, donde explicita la "teoría del iceberg". Nada más anti-iceberg que su creador.

 





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