Rastas amarillo intenso

Zulu King es una de las más famosas cofradías (krewes),cuyos miembros participan, disfrazados en sus carros, del desfile del Mardi Grasen New Orleans. Su característica es que está compuesta exclusivamente por negros que se disfrazan de… negros, al mejor estilo de Al Jonson en The Jazz Singer; es decir, con el rostro pintado de negro y los labios blancos. La mascarada se completa con calzas, remeras de manga larga, zapatos y guantes de color negro; muchas veces el disfraz comprende una falda de hierbas, chaleco corto y galera. Junto con los tradicionales collares que se arrojan desde los carromatos, los integrantes de esta krewe arrojan cocos de plástico.

Por otro lado, en 2019, en plena campaña electoral, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau debió pedir disculpas por haberse disfrazado de Aladino y pintarse la cara de negro en una fiesta realizada veinte años antes. En ese caso, la polémica deriva del repudio a una forma de comedias de vodevil racista, blackface ─las “comedias de Jim Crow”, populares en el sur de los Estados Unidos desde principios del siglo XIX hasta mediados del XX─, donde los actores se disfrazaban de negros para repudiar a antiesclavistas y el fin de la esclavitud. Lo curioso pasa a ser que, si un negro se disfraza de negro no hay protestas, el problema comienza cuando un blanco lo hace; había que ver cómo, en el futuro, lo tomarán otras etnias o grupos sociales ya que la esencia de los bailes de disfraz ─y de cualquier mascarada─ es simular ser otro. Y el tema conlleva una vuelta de tuerca a la llamada apropiación cultural.

Tanto la transculturación como la aculturación y la desculturización son temas que reciben distintos abordajes, estudios y teorizaciones, desde la antropología, sociología, sicología social, crítica literaria y artística; trabajos y reflexiones ausentes en las estruendosas protestas de repudios y escraches de los movimientos y colectivos woke, que abarcan: el uso del lenguaje inclusivo, repudiar el racismo, defensa de todo tipo de minorías; hasta, los más fundamentalistas, casos extremos, de destruir las estatuas, desde Cristóbal Colón a Cervantes, pasando por cualquier personaje histórico ligado al tráfico de esclavos, pretendidos racismos o guerras coloniales.

Rotas estatuas y monumentos, en este territorio de conflicto surgen, nuevos espacios a defender y reconquistar, uno de los más recientes es el brumoso desierto de la apropiación cultural. Esta idea, de que una civilización puede alimentarse de otra a través de medios que no son violentos ni predatorios, ha despertado grandes polémicas: hay quienes creen que la apropiación cultural es una forma de dominación real que debe ser combatida, puesto que un colectivo étnico utiliza elementos culturales típicos de otro, despojándolos de todo su significado y eso, dicen, banaliza su uso. Por otro, están quienes creen que no existe tal apropiación cultural y que es la forma natural como se nutren y alimentan las artes, el lenguaje y las actividades culturales y sociales, que abarcan desde simples elementos estéticos y decorativos, pasando por la  indumentaria hasta cualquier expresión artística o arquitectónica, o la cocina fusión.

En el famoso óleo de Picasso Las señoritas de Aviñon (1907) ─clara referencia a la calle Avinyó de Barcelona, famosa por los prostíbulos─, que abre el período cubista del pintor, muestra uno de los puticlubs más conocidos de la historia de la pintura y encubre un mensaje sobre el peligro de las enfermedades venéreas, que hacía estragos en la comunidad artística parisina de la época ─y también anterior, Baudelaire y Flaubert cruzaron prematuramente el Aqueronte con el ticket de la sífilis─. El peligro está representado por las dos mujeres de la derecha cuyos rostros son máscaras africanas –arte que había impresionado profundamente a Picasso–. Antes que el pintor catalán, en el cuadro La japonaise (1876), Monet retrató a su esposa Camille vestida con un kimono y un abanico sobre el fondo de una pared decorada con abanicos japoneses; para enfatizar el efecto del disfraz, el pintor le puso una peluca rubia a Camille para ocultar su cabello negro. Dos casos de apropiación cultural.

Recientemente, artistas y modistos han sido denunciados por apropiación cultural y han debido retractarse, modificar su estética o retirar diseños del mercado. Entre los artistas, los cantantes Ángela Torres, Madona, Justin Bieber y Adele, debieron pedir disculpas y cambiar sus peinados de trenzas africanas o rastas ante las acusaciones de los fans de apropiación cultural. También modelos han debido retractarse y pedir disculpas por aparecer ataviadas con vestidos y joyas étnicas. En México, Carolina Herrera debió retirar de la línea de producción una serie de diseños basados en bordados, patrones de colores y motivos de animales y flores tomados de distintas colectividades nativas que la denunciaron por robo cultural.

En su novela X, el escritor negro, Percival Everett cuenta la historia de Thelonius Ellison, nieto, hijo y hermano de médicos, y doctorado en letras, Summa cum laude, por la universidad de Harvard. Thelonius es escritor de poco éxito dado que su obra está influenciada por Eurípides y Lacan, pero esta no es la razón de su, por llamarlo de alguna manera, fracaso de ventas. La razón es que Thelonius Ellison es negro y la gente ─y su editor─ espera otro tipo de “voz” en su obra para que represente a su “etnia”, y no la erudición de un miembro de una tercera generación de universitarios. Su carrera toma un giro cuando con seudónimo, pero identificándose como afroamericano, empieza a escribir novelas con “voz de negritud”; uno de sus personajes más exitosos es un marginal negro de Harlem, un drogón separado de su mujer a la que suele visitar para ver a sus hijos y en demanda de dinero; las visitas suelen ser acompañadas de quickies (relaciones sexuales rápidas) con ligeros toques de violación y sadismo. La crítica alaba al nuevo escritor porque representa “la voz de la negritud” y Thelonius Ellison termina siendo un escritor consagrado.

El sábado pasado, en la visita bisemanal a la verdulería me encontré con una sorpresa, Víctor Hugo, había pasado por la peluquería y exhibía rastas de amarillo intenso. Es hijo de Rosemary y David y tiene una hermanita menor ─una hermosura que juega con muñecas, que hacen las compras en la verdulería─, y está terminando el secundario; quiere estudiar arquitectura. Sé que los tres son bolivianos pero no qué idioma hablan entre ellos. Supongo que quechua o aimara.

 








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