Alotropías

De los innumerables y variopintos recuerdos de Florencia, Italia ─variopintos porque, además del cuasi lugar común de los museos y obras de arte, persiste en mi memoria el sabor los helados y, en días de frío, la presencia de una bufanda estampada de lana azul─ hay uno que acude cada vez que vuelvo sobre mis obsesiones: las distintas etapas del proceso creativo, en cualquier expresión artística. Uno de los recuerdos más intensos de Florencia son las cuatro esculturas inacabadas de Miguel Ángel que están en la Galleria dell'Accademia ─y que dan la idea de qué manera el artista trabajaba en proyectos simultáneos─: El esclavo joven, El esclavo barbudo, Atlas, El esclavo que se despierta.

A este tipo de obras, se las llama en italiano non finito (sin terminar), además las esculturas de la Galleria dell'Accademia tienen la virtud de mostrar las formas, e historias, ocultas de bloques de mármol, works in progress que expresan una suerte de rebeldía de los cuerpos contra la materia que las envuelve y de la cual parecieran querer deshacerse para liberarse y emerger en su plenitud ─se dice que Miguel Ángel solía ir hasta las canteras de Carrara y elegir los bloques de mármol para llevar a cabo las esculturas que tenía en mente─. Son trabajos reveladores: cabezas y torsos apenas esbozados resaltando en los contornos marmóreos a ser eliminados, obras en las que se aprecian las marcas de cinceles e instrumentos utilizados. Una visión semejante se tiene frente a la Victoria alada de Samotracia si el visitante se molesta en ver la parte posterior de la escultura, que fue concebida para ser vista en el ángulo expuesto por los curadores del Louvre.

Ya en el plano del gusto personal, cuando trata sobre obras acabadas, mi escultor favorito es Gian Lorenzo Bernini, el virtuosismo de los dedos de la mano derecha de Plutón clavándose en el muslo izquierdo de Proserpina, alzada en sus brazos y que se debate indefensa resistiéndose al rapto; Apolo abrazando a Dafne, paralizada en su huida, cuyos cabellos se han transformado en hojas de laurel y sus pies en las raíces del árbol que se hunden en la tierra. Para culminar con la Transverberación de Santa Teresa, cuyo rostro en estado de éxtasis es bastante inquietante y sugiere otro tipo de arrebatamiento non sancto, mientras desde palcos laterales que circundan a la santa, las esculturas de espectadores que asisten a la escena, sugieren otra interpretación del conjunto escultórico, vista con ojos ─e imaginación─ de voyeur.

Pero hay otras formas de transformación, en vez de cuerpos desde bloques de mármol, a partir de sustancias y materiales aparentemente inertes. Leí en una revista literaria mexicana el relato de un proceso, para mí, insólito ─por el proceso en sí y por el medio que lo divulgó─. Es la historia de un suburbio de San Francisco que, hace 18 años utilizó una variedad de cuajada para limpiar una zona envenenada y árida. En esa oportunidad, un equipo de químicos logró recuperar una zona altamente contaminada, el suburbio de Emeryville; durante veinte años, una empresa, que luego fue abandonada y demolida, se dedicó a cromar parachoques de automóviles y volcó restos de cromo hexavalente en un gran pozo, que luego fue cegado, pero se filtraron en un acuífero; el resultado: un terreno yermo que nadie quería arriesgarse a parquizar. La razón es que el cromo hexavalente es altamente cancerígeno, mientras que una forma alotrópica de ese elemento, el cromo tetravalente, no lo es. La forma de lograr esa transformación, obedece a los arcanos de la química ahora más cercana a la alquimia, por la transmutación de los metales. La solución encontrada por los químicos encargados del proceso hace que la ciencia parezca brujería: descubrieron que el queso cottage, convierte al cromo cancerígeno en cromo inocuo.

El queso cottage es una cuajada escurrida y no prensada, por lo que retiene algo de suero de la leche ─si se la prensa y estaciona pasa a ser un tipo de queso de pasta blanda─ y se cree que es lo más parecido al primer queso creado en la historia.

Hechos estos estudios, la solución fue volcar casi seis toneladas de queso cottage ─cincuenta y ocho mil litros─ en el reservorio de aguas subterráneas que estaba debajo de la fábrica abandonada y esperar que las reacciones químicas se operaran a lo largo de tres lustros; hoy, el desierto contaminado alberga una arboleda con jardines. A este proceso de combinación de los átomos de un elemento en estructuras moleculares distintas, y que permitió la metamorfosis del suburbio de Emeryville, se llama alotropía ─del griego allos = otros; tropos = dar vueltas y el sufijo ia = cualidad.

Visto desde un escorzo diferente, un bloque de mármol tiene distintos alótropos: una escultura acabada o non finita; columnas, escaleras o frentes de edificios; y, si se calcina, resultará en la cal que dará el mortero usado para ligar los componentes de columnas o unir láminas de mármol en construcciones.

Miro por la ventana de mi escritorio y divago en la galería de tallas insospechadas que ocultan los plátanos que contornean el fragmento de la calle Uriarte que domina mi perspectiva.

O en los infinitos relatos encubiertos en un cuaderno, un lápiz y una goma de borrar; o en los animales latentes en una hoja de papel en manos de un diestro en origami.

 





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