Otro paso de Aquiles

Otro paso de Aquiles en su perpetua carrera contra la tortuga

18 de diciembre. Leo en la edición digital de Le Monde una nota: Les incroyables confessions de Lamine Diack, ex-président de la Fédération internationale d’athlétisme:  Le pacte de Moscou, Le Monde;  nueva entrega del culebrón olímpico que me llevó a escribir la nota deporte y literatura. El comienzo de la nota de Le Monde incita: “Los discretos rodillazos y codazos de su abogado Daouda Diop no surtieron efecto”, y el ex presidente de la Federación Internacional de Atletismo, el senegalés Lamine Diack, detenido por supuesta corrupción, confesó que, en 2012, recibió un millón y medio de euros de Rusia para financiar una campaña política en Senegal. El trueque fue a cambio del silencio de Lamine, en ese momento en actividad en la FIA o IAAF en inglés (International Association of Athletic Federations), para que éste no avanzara en una investigación sobre la sospecha por dopaje en Rusia, en vísperas del Mundial de Atletismo que se celebraría el año siguiente en Moscú.

No me sorprende el cohecho; si la “inocencia” de todas las autoridades y especialistas en deporte por algo que es una práctica cotidiana. Tan cotidiana que dos de mis narradores favoritos, Goscinny y Uderzo, lo revelaron de manera desopilante en Astérix aux Jeux Olimpiques. Las olimpíadas nacieron a la luz de los “nacionalismos” -si bien este concepto no existía en el siglo VIII antes de Cristo- y las distintas ciudades griegas se jugaban el honor en esas competencias. Los atletas ganadores tenían gloria y renta vitalicia aseguradas; los vencidos debían regresar de incógnito por caminos secundarios y, por el resto de sus vidas, serían tratados como leprosos. Las muertes en las carreras y competencias de lucha eran frecuentes. En el caso del pancracio, para hacer más contundentes los golpes, los púgiles se envolvían las manos en correas reforzadas con plomo y hierro, sólo estaba prohibido los piquetes de ojos y morder -Mike Tyson ni siquiera respetaría esta veda cuando en 1996, en Las Vegas, le arrancó una oreja de un mordiscón a Evander Holyfield-. Los deportes siempre fueron el proscenio para librar batallas económicas y políticas. Así fue en sus orígenes y continuó con su revival, en 1896, con el barón Pierre de Coubertin oficiando de comadrón. Siguieron saludos nazis en 1os Juegos Olímpicos de 1936, el saludo de los Panteras Negras estadounidenses en México en 1968, y el castigo de por vida a los atletas negros que hicieron el saludo; la masacre de Munich en 1972.

Gloso a Vargas Llosa, que dijo en alguna parte refiriéndose a este tipo de colusiones, donde todos se “sorprenden” de estos saltos a la torera, tan evidentes y ostentosos como si Bazz Luhrman filmara a un elefante en una rétro cabina telefónica londinense: “no sé si los que se desgarran las vestiduras son unos maquiavelos hijos de la chingada o unos gilipollas angélicos.”