Estambul en París

09 de febrero En una librería del Quartier Latin busco dos libros de Mathias Enard, un escritor que desconocía y que descubrí navegando por suplementos literarios: Boussole -Brújula-, novela ganadora del Premio Goncourt 2015, y también, resultas de esa pesquisa, otra cuyo tema me interesa particularmente, Parle leur de batailles de rois et d'élépanths -Háblales de batallas de reyes y de elefantes-. En esta novela, Mathias Enard relata un imaginario viaje a Estambul de Miguel Ángel en 1506; el florentino, decepcionado por las humillaciones recibidas por el papa Julio II, acepta la invitación del sultán Bayacid, que le propone -luego de haber rechazado el proyecto de Leonardo da Vinci- que construya un puente sobre el Cuerno de Oro. La idea de leer una novela sobre aquel período me seducía, porque otra leída cuando era adolescente, me había ambientado en la misma ciudad pero al momento de la caída de Constantinopla, El ángel sombrío, de Mika Waltari. Con este mapa literario en mente fue que nos embarcamos en Buenos Aires en un viaje que nos llevaría a Estambul primero, a París y Lisboa después. Sabíamos de antemano que el impacto de ver la ciudad iba a ser muy fuerte, lo que no pudimos prever en cuán fuerte resultó. Imposible escribir una impresión de Estambul sin tener en el oído los cinco llamados diarios del almuecín a la oración -atmósfera melodiosa omnipresente, como el aire que nos rodea-, las sonoridades del idioma, absolutamente extraño a nuestros oídos, que fusiona sonidos guturales con otros dulcemente susurrantes; sin tener presente sabores y perfumes, lejanamente familiares y por eso nuevos, de sus comidas, especias y dulces. En la semana que pasamos en la ciudad lamento no haber releído, previo al viaje, dos notas que escribió Hemingway cuando la visitó en los años '20 del siglo pasado, recuerdo el título de mi vieja edición del libro: By-Line y la editora, Penguin Books, también el título de una de sus notas "Old Constan". Nada de eso hubiera aminorado la sensación de estar por primera vez en un lugar al que no encontramos parámetros estéticos ni sensoriales para comparar y la certeza de que volveremos varias veces, que ahora empezamos a redescubrir Europa y nuestra cultura, partiendo del Cuerno de Oro, Estambul, antes Constantinopla, la capital más suntuosa y erudita de la Europa medieval. Constantinopla, la nueva Roma de Oriente que cautivó a sus saqueadores venecianos y vikingos que terminaron aquerenciados bajos sus muros.

Al día siguiente de nuestra estadía en París tengo los libros en la mesa de luz del hotel, antes de dormirme, luego de haber leído las primeras páginas de Parle leur de batailles de rois et d'élépanths, sé que El hombre que amaba a los perros, que empecé en el avión luego de que despegamos en Ezeiza y que ya he transitado hasta la mitad, está celoso de su nuevo competidor. Pero no es sólo eso lo que me acude antes de dormirme. Lo que me acude, es que, en la librería del Quartier Latin luego de haber separado Boussole y Parle leur de batailles de rois et d'élépanths, rumbo a la caja, veo en una mesa una selección de obras de Hemingway en francés: Pour qui sonne le glas, En avoir ou pas, Paris est une fête. Me detengo en el último y pienso si llevarlo o no, lo he leído en español y en inglés, quizás leerlo en francés sería lógico porque habla de Paris, no puedo imaginar su traducción al francés, quizás la lejanía de la lengua produzca un "efecto de distancia" -el mismo que tuvimos en Estambul- que tan bien logra el tono evocador del libro. Pienso en las traducciones de A Moveable Feast, una oración -sin verbo-, "una fiesta móvil", algo que no está fijo y capaz de ser transportado, pas mal, el viejo Ernie era muy bueno titulando (dicen que Joyce estaba tan compenetrado con la obra de Shakespeare que, entre los íntimos lo llamaba "Willy", yo a Hemingway lo llamo "Ernie"), Paris est une fête, el verbo en presente, se acerca a la idea del original. Me quedo con París era una fiesta, como acertadamente lo tradujo Gabriel Ferrater, el uso del imperfecto le da al título una carga de nostalgia, durativa, que llega hasta el momento en que el lector lo visita, tan acorde con el final del libro que recuerdo de memoria -mucha gente recuerda el comienzo de algunos libros de memoria, es bueno también recordar como terminan- "But this is how Paris was in the early days when we were very poor and very happy". No siempre es cierto aquello de traduttore, traditore. Recuerdo las palabras finales de París era una fiesta y también me recuerdo de otro final de antología: "Me fui, como quien se desangra". Así partimos de Estambul a París.