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Diario de marear

Dos efemérides de junio

 

Hace un siglo, el 14 y el 28 de junio de 1919, ocurrieron dos hechos singulares del siglo XX: el primer cruce aéreo del Atlántico y el fin de las conferencias del Tratado de Versalles. De niño, me enteré de estos sucesos cuando leí, préstamos de un vecino, la revista "La ilustración española y americana", y los cinco tomos de Historia de la guerra del mundo, de editorial Jackson, publicada entre 1917 y 1920. De la última colección tengo datos precisos: la reencontré en la Feria de Tristán Narvaja. Mi contienda literaria favorita es la Primera Guerra Mundial. Mi frustración es no haber hecho un curso de piloto civil;. He avanzado en ambos temas con la literatura.

En doce años (1853-1865) se sucedieron las guerras de Crimea y la de Secesión; ambas, por primera vez en la historia, con amplia cobertura en la prensa –consecuencia del desarrollo del telégrafo, que permitió conocer sucesos distantes de manera casi simultánea–. Frente a este nuevo mercado, algunos periódicos empezaron a promocionar proyectos de exploración, noticias que los lectores consumieron con la misma pasión con que siguieron las peripecias de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne, en entregas periódicas. El pionero fue el tycoon Gordon Bennett, dueño de New York Herald, quien financió la expedición de Henry Stanley en 1869 en busca de David Livingstone. Gordon Bennett redobló la apuesta costeando carreras de globos y, con la vuelta del siglo, autos y aviones.

Los británicos siguieron el ejemplo y en 1909 el Daily Mail, por aquellos años con una tirada diaria de más de un millón ejemplares, ofreció un premio de mil libras al primer aviador que cruzara el Canal de la Mancha. Louis Bleriot las ganó con un titular ad hoc: "Inglaterra ha dejado de ser una isla". En 1913, el Daily Mail ofreció diez mil libras –a valores actuales: multiplicar ese valor por cien– al primer aviador que cruzara el Atlántico, desde algún punto de Estados Unidos o Canadá hasta algún punto de Gran Bretaña o Irlanda. En aquel momento la travesía era técnicamente inviable; y el atentado de Sarajevo lo postergó seis años. Al comienzo de la Primera Guerra los aeroplanos eran máquinas primitivas y poco confiables, cuando finalizó los bombarderos bimotores eran una realidad, el cambio de bombas por combustible les dio una autonomía insospechada y fueron reciclados como aviones de pasajeros.

Las deliberaciones del tratado de Versalles duraron del 18 de enero al 28 de junio de 1919; el nuevo orden mundial resultante fue un descalabro del que la humanidad no se recupera. Catorce días antes de su fin, el 14 de junio a las 11,30, John Alcock y Arthur Brown, veteranos de la Primera Guerra, despegaron desde Terranova rumbo a Irlanda. Alcock, interesado por el premio del Daily Mail desde 1913, fue piloto de un bombardero bimotor en Medio Oriente, preso en la Batalla de Gallipolli, maduró la travesía durante su cautiverio.

Los inconvenientes empezaron poco después del despegue, la rotura del generador eléctrico los dejó sin radio y sin calefacción, parte del vuelo fue entre nubes y lluvias; de noche, un claro en las nubes permitió que Brown controlara el rumbo con el sextante; pero su rol más riesgoso estuvo más ligado al de un acróbata aéreo. En tres oportunidades el hielo obturó el carburador del motor derecho lo que lo obligó a caminar entre las alas, azotado por el viento y la nevisca para limpiarlo a mano. A punto de llegar a la costa de Irlanda, una falla mecánica en el motor de estribor casi frustra el viaje que culminó con un aterrizaje forzoso. Una travesía de casi dieciséis horas; acorde con aquellos años donde un valor casi suicida se empardaba con la tecnología en desarrollo.

Ignoro si existen novelas como Sin novedad en el frente, Tres soldados o Adiós a las armas, donde los protagonistas sean aviadores; sólo me acude El amante de la guerra de John Hersey –imperdible la versión cinematográfica con Steeve McQueen el papel de Buzz Marrow, violento y mujeriego comandante de un bombardero–, pero pasa en la Segunda Guerra Mundial. La sin par Hiroshina de Hershey resuena en el "Los sobrevivientes de la bomba atómica" de Tomás Eloy Martínez, relato publicado en Lugar común la muerte.

En 1916 William Faulkner se alistó como voluntario en Canadá, pretendía ser aviador militar. Lo fue en la vida civil, su novela Pylon trata de pilotos y paracaidistas de un circo aéreo cuyas peripecias están muy próximas a las de Brown en 1919. Pena que no haya incursionado en una novela bélica. Porque, ocho años después del primer cruce del Atlántico, el frío y cerebral ingeniero Lindberg, tras nueve años de preparativos, logró unir Nueva York con Paris; la regla de cálculo se impuso al coraje, y mis ambiciones de lector, continúan frustradas. Debería intentarlo como narrador.

 





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