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Diario de marear

Usted y la bomba atómica segunda parte
Usted y la bomba atómica segunda parte

En caso de que les haya interesado, la primera parte de la traducción de Usted y la bomba atómica de George Orwell, les adjunto la segunda parte.

 

A partir de indicios, se puede inferir que los rusos todavía no poseen el secreto de la bomba atómica; por otro lado, el consenso de opinión es que en pocos años lo conseguirán. Así, nos enfrentamos a la perspectiva de que dos o tres monstruosos supraestados, tendrán un arma con la que millones de personas podrían ser barridas de la faz de la tierra en segundos; repartiéndose el mundo entre ellos. Se ha asumido, apresuradamente, que implicará guerras más grandes y sangrientas, y quizás el fin de la civilización industrial. Pero supongamos  ─y este sería el desarrollo probable de los acontecimientos─ que las grandes naciones sobrevivientes hagan un acuerdo tácito de no usar jamás la bomba atómica, por temor a represalias. En tal caso, estaríamos de regreso al punto de partida; la única diferencia sería que el poder se concentrará aún en menos manos, y que la perspectiva para los pueblos sometidos y las clases oprimidas será todavía más desesperanzadora.

Cuando James Burnham escribió La revolución de los mánangers, a muchos norteamericanos les pareció probable que los alemanes ganasen la guerra, por lo tanto era natural suponer que sería Alemania, no Rusia, quien dominase la masa euroasiática, mientras que Japón seguiría controlando el este de Asia. Fue un error de cálculo, pero no afecta el argumento principal. La imagen geográfica que Burnham ofreció del nuevo mundo ha resultado correcta. Cada vez es más y más evidente que la superficie de la tierra está siendo parcelada en tres grandes imperios, cada uno encerrado en sí mismo, incomunicado con el mundo exterior; cada uno regido bajo uno u otro disfraz, de una u otra oligarquía autoelecta. El regateo para ver cómo deben ser trazadas las fronteras aún continúa, y continuará por algunos años, y el tercer supraestado ─Asia del este dominada por China─, es todavía más potencial que real. Pero la deriva general es inequívoca, y la ha acelerado cada descubrimiento científico de los últimos años.

Alguna vez nos dijeron que el aeroplano había “abolido las fronteras”, lo cierto es que, cuando el aeroplano se tornó en un arma de cuidado, las fronteras se volvieron definitivamente infranqueables. Alguna vez existió la esperanza de que la radio promoviese el entendimiento y la cooperación internacional, en lugar de eso se ha transformado en un medio para aislar unas naciones de otras. La bomba atómica podría completar el proceso al quitarle a las clases oprimidas, y a la gente, toda su capacidad de revuelta, y, al mismo tiempo, colocando a sus poseedores en una base de equilibrio de fuerza militar. Incapaces de conquistarse los unos a los otros, lo más probable es que continúen repartiéndose el gobierno del mundo; y es difícil prever qué puede romper éste equilibrio; excepto lentos e impredecibles cambios demográficos.

Durante los últimos cuarenta o cincuenta años, el señor H.G. Wells, y otros, nos han advertido que el hombre corre el peligro de autodestruirse con sus propias armas, dejando a las hormigas y otras especies gregarias hacerse cargo. Cualquiera que haya visto las ruinas de las ciudades alemanas encontrará que esta posibilidad es para ser tenida en cuenta. Sin embargo, si vemos al mundo en su conjunto, la deriva durante décadas no ha sido hacia la anarquía sino hacia la restauración de la esclavitud. Puede ser que no estemos encaminados hacia un colapso general, sino hacia una era tan estable y siniestra como la de los imperios esclavistas de la antigüedad. La teoría de James Burnham ha sido muy discutida, pero pocos han considerado sus implicaciones ideológicas ─es decir, qué cosmovisión, qué tipo de creencias y qué estructura social prevalecerá en un estado que era, al mismo tiempo, inconquistable y en un permanente estado de “guerra fría” con sus vecinos.

Si la bomba atómica fuese algo tan barato y fácil de fabricar como una bicicleta o un reloj despertador, podría habernos sumergido de nuevo en la barbarie, pero, por otra parte, podría haber significado el fin de las soberanías nacionales y de los estados policiales altamente centralizados. Si como parece ser el caso, es un objeto raro y costoso, tan difícil de construir como un acorazado, es más probable que ponga fin a las guerras de grandes proporciones a costa de prolongar de manera indefinida una “paz que no es paz”.

 





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