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Diario de marear

Flaubert, derivas y diacronías
Flaubert, derivas y diacronías

Flaubert, derivas y diacronías

 

En la “Filosofía de la composición” (1846), Poe explica las consideraciones que tuvo presente a la hora de escribir el poema “El cuervo” (1845), una de ellas, la necesidad de un ser “incapaz de razonar, pero no de hablar” ─cualquier semejanza con muchos políticos de acá y de acullá es pura coincidencia─ que respondiera a las preguntas del enamorado, cuando se lamenta por la muerte de la amada, con una sola frase: “nunca más” (“never more”). La primera idea de Poe fue que el personaje, capaz de hablar, fuera un loro, pero lo descartó de inmediato en razón de que por su porte y colorido no daba con el physique du role, optó por el cuervo ya que su plumaje y porte agorero acordaban con el tono del poema.

Treinta y dos años después de “El cuervo”, Gustave Flaubert publicó su último libro con tres relatos señeros; uno de ellos,“Un alma de dios” (“Un coeur simple”), me trajo una serie de derivas. “Un alma de dios” es la historia de Felicité, criada de Madame Aubain, que, en medio siglo, pasó por una decepción amorosa, la muerte de un sobrino, la de su ama y el posterior abandono de varios allegados queridos hasta terminar viviendo sola; a lo largo de ese tiempo uno de sus únicos refugios fue su devoción religiosa. En sus últimos años de vida Felicité depositó sus afectos frustrados en Loulou, un loro que, luego de muerto, manda embalsamar y pasa a ser un fetiche donde se mezclan el amor por el ave con su misticismo, hasta el punto de terminar por arrodillarse para rezar plegarias frente a él, convencida de que Dios, para expresarse, no habría elegido a una paloma como símbolo del Espíritu Santo, puesto que las palomas no hablan, sino a un loro; un antepasado de Loulou.

Y las derivas sobrevinieron porque resolví dedicar el último mes y medio del 2021 y los comienzos del 2022, a releer la obra de Flaubert, y un par de textos relacionados con ella: El idiota de la familia de Sartre y Flaubert’s Parrot, de Julian Barnes, que he vuelto a transitar a veinte años de nuestro primer encuentro. Luego de releer “Un alma de dios”: cuatro loros me acudieron, no desde sus perchas sino de estantes de la biblioteca: el primero, de mis años de infancia, Pedrito de “El loro pelado” de Horacio Quiroga, con su “¡Rica, papa! ¡Rico té con leche!”. El segundo, desde mi adolescencia y múltiples y fieles relecturas hasta el presente: Captain Flint, que desde el hombro de Long John Silverme sigue repitiendo: "¡Pieces of eight, hahahah!" “¡Stand by to go about, hahahah!”. El tercero: los cuentos de El loro adivino de mi comprovinciano Juan Draghi Lucero ─al cual hice una larga entrevista poco antes de su muerte; escribo estas líneas y caigo en la cuenta de que que, muy golpeado por su fallecimiento, hasta hoy, no he desgrabado esas cintas.

El cuarto loro, ahora es el de Julian Barnes quien documenta y novela la vida de Gustave Flaubert en todas sus facetas; entre otras, su identificación con algunos animales, en particular los distintos psitácidos que aparecieron en su vida e influyeron en su obra; enfatizando en el loro que el escritor pidió prestado al Museo de Rouen para tener en su escritorio, entre enero y agosto de 1876, mientras escribía “Un alma de dios”.

Lo primero que me llamó la atención a mi regreso a El loro de Flaubert ─libro que, como otros, cuando puedo, trato de leer en su idioma original cotejándolo con su versión al español ─y me dejaron estremecido, fueron algunos anacolutos de la traducción, que había pasado por alto en mi primera lectura en 1999; página 18, leí: ─se refiere a una ambulancia─ “…vi aparcada una rubia Peugeot de color blanco…” equivalente ─un decir─ del original “Parked near the hospital was a large Peugeot hatchback” (Estacionado cerca del hospital había un gran Peugeot blanco con puerta trasera).O sea, una ambulancia.

Imposible ver la obra de Flaubert sin tener en cuenta la regularidad de metrónomo de la publicación de sus trabajos, aproximadamente un lustro o poco más entre cada obra. En 1851 empezó con Madame Bovary que publicó en 1856, mientras avanzaba con La tentación deSan Antonio, La educación sentimental, y se dedicaba de lleno a Salambó, publicada en 1862. Siguieron, La educación sentimental, 1869; La Tentación de San Antonio, 1874 y su último libro publicado en vida, Tres cuentos, 1877 ─incluye “Un alma de dios”─. El 12 de diciembre de 1880, Gustave Flaubert subió a la barca de Caronte para cruzar el río del olvido. Tenía 59 años y falleció de una hemorragia cerebral, a la misma edad y por la misma causa de fallecimiento que Stendhal.

Dejó inconclusos el Dictionnaire des idées reçues (Diccionario de tópicos o Diccionario de ideas comunes) y Bouvard y Pécuchet, de prolífica descendencia. Del primero, entre otros: el Breve diccionario del argentino exquisito de Adolfo Bioy Casares (1971) y, antes, El diccionario del diablo de Ambrose Bierce (1911). Bouvard y Pecuchet dejaron su herencia en el delirante personajede Triste fim de Policarpo Cuaresma de Lima Barreto (1915, publicada cuatro años antes como folletín en el “Jornal do Commercio” de Río de Janeiro); y en muchos rasgos del estudiante de medicina que muere desangrado en la escalera del edificio de la Plaza de Santo Domingo, donde también habitan la portera, el burócrata, el cartero, el policía, en Palinuro de México (1977) de Fernando del Paso.

El pasado miércoles 15 logré conseguir el Dictionnaire des idées reçues, lo leí y fabulé traducirlo ─con lo cual se suma a dos traducciones casi listas a las que, hace mucho, les debo terminar sus inconclusos prólogos─; en primer lugar porque sería un excelente ejercicio de escritura, en segundo, descubrí una definición que no está incluida en las dos versiones que tengo en español: Diccionario de tópicos y Diccionario de ideas comunes; y pensé que podía haber otras. Es una entrada que demanda una nota al pie, en virtud del juego de palabras que encierra una casi jitanjáfora; “moineau” (gorrión): “Fils de moine” –“Hijo de un monje”, las dos palabras de pronunciación parecida. Pienso si no es una broma póstuma de Flaubert pensando en la posible traducción de este Dictionnaire.

Diacronías, sincronías y derivas de la literatura, cuando cualquier lector apasionado puede, en un mes, leer toda la obra que a Flaubert le llevó casi cinco lustros, infinitos viajes y lecturas y su propia vida.

 

 





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