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Diario de marear

Balas de plata
Balas de plata

Mi primera incursión en el mundo de los vampiros fue a los seis años, de vacaciones en Santiago de Chile. Una historieta en blanco y negro; un cowboy que, al caer la noche pide refugio en un lujoso rancho, lo recibe una bella mujer quien, luego de invitarlo a cenar, le ofrece un cuarto para que descanse. Al salir cierra la puerta con llave. Desde el lado de afuera, le dice que es una vampira y que, más tarde, volverá porque será su hora de cenar. El héroe sabe que a los vampiros se los mata con una estaca con la punta de plata clavada en el corazón, no tiene estaca pero en el cuarto hay una jarra de plata. Con su puñal labra un proyectil usando el mango de la jarra y reemplaza con este el plomo de una bala de su revólver; cuando la puerta se abre, se acabó la historia.

No pasó mucho tiempo, para enterarme que la historieta era algo falsa; las balas de plata no funcionan con estos hematófagos vivos después de muertos; contra ellos son efectivos ristras de ajos, estacas de madera con la punta aguzada, rosarios y cruces, estas últimas son mucho más simples todavía; el cowboy podría haber roto una silla y hacer una cruz con trozos de las patas. Las balas de plata son letales para otros monstruos nocturnos, comunes a muchas culturas ─y con versiones mucho más ricas que la del conde vinchuca macho de dos patas que vino de Transilvania─: los hombres lobo. Los hombres lobos, llamados lobisones en Iberoamérica, loup-garou en la América francófona y werewof en la angloparlante, aparecen las noches de luna llena, hora de la metamorfosis.

La primera alusión literaria a hombres lobos que conozco es del siglo I antes de Cristo; la comedia Asinaria, de Plauto. En el acto segundo, el mercader, a propósito de una transacción que no ve clara, le dice a Leónidas ─uno de los buenos que lo termina estafando─: “A pesar de todo, no me convencerás a que confíe mi dinero a un desconocido como tú. Cuando no se le conoce, el hombre es un lobo, no un hombre, para con el hombre”. De aquí surge el proverbio ─sin duda de origen anterior─ “Homo homini lupus”.

Ya con el cine, mi relación fue mucho más frecuente con hematófagos de frac que con hombres lobo. De los dos géneros de películas rescato una de cada uno, las dos con matices cómicos, que rompen con el canon de terror, y que vuelvo a ver cada tanto en canales culturales de televisión: La danza de los vampiros de Polanski (1967); y Lobo con Jack Nicholson quien, como es de esperar, cuando le viene la viaraza licantrópica aún sin pelos ni hocico lobuno es mucho más lobo que el lobo más pintado.

El paso de los lobos al lenguaje usado en comentarios y reflexiones de periodistas, políticos y estadistas es la expresión “bala de plata”, como sinónimo de solución a un problema para una causa justa. La historia empezó con un famoso justiciero: el Llanero Solitario, el héroe de Felipito, el amiguito de Mafalda.

El Llanero Solitario es viejo conocido, devoré sus historias en revistas mexicanas. Era un ranger de Texas, dado por muerto por los malos, junto con su patrulla, fue rescatado por un amigo de la infancia, un piel roja vestido de nativo americano, vincha y pluma incluida, que lo llama kemo sabay (amigo fiel). En contrapunto kemo sabay tiene un atuendo bastante vulgar y bizarro: ropas celestes, sombrero blanco; guantes, botas, pañuelo al cuello y antifaz negros. Su caballo se llama Silver y usa balas de plata, en razón de que jamás tira a matar a los malos, los hiere para que la justicia se haga cargo de ellos. De allí su gesto al final de cada historieta, sobre una colina, el caballo rampante, el Llanero Solitario con el sombrero en la mano y su famoso grito de batalla “Yahoo Silver, a luchar por la justicia”.

A su vez las balas de plata de kemo sabay, tienen tatarabuelo, en el cuento “Los dos hermanos” de los hermanos Grimm. Mellizos que son excelentes tiradores; en un momento se separan prometiendo volverse a ver. Al tiempo, uno de ellos recibe la noticia de que su hermano ha sido petrificado por una bruja; va en su busca y esta lo espera arriba de un árbol, le advierte que es inmune a las balas, lo cual resulta cierto, pero el tirador reemplaza el plomo por botones de plata, lo que da origen al final feliz del relato. Así tenemos hoy la expresión “bala de plata” como una solución segura, simple e instantánea para un problema aparentemente intratable o insoluble.

Recuerdo la primera vez que escuché esta expresión, a finales de septiembre 2003, a raíz del atentado de las Torres Gemelas, la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Condoleezza Rice, dijo una frase que resonó en todo el mundo: “There was no silver bullet that could have prevented the nine eleven attacks” (No hubo bala de plata que pudiera haber evitado los ataques del nueve once).

Otro término ─anterior a la expresión de Condoleezza Rice─ relaciona la balística con fines médicos, pero acuñado en alemán: “zauberkugel” (bala mágica); acuñado a principios del siglo pasado por el premio Nobel Paul Ehrlich, refiere a fármacos que actúan de forma específica contra algún patógeno sin ocasionar daños en otras células del enfermo. Paul Ehrlich desarrolló, un derivado del arsénico que llamó “Compuesto 606” que resultó eficaz para combatir la sífilis y el precursor de la quimioterapia; su conclusión fue: “Debemos aprender a disparar a los microbios con balas mágicas".

Mi bala de plata favorita es el sobrenombre del rey, ─perdón, emperador─ de los cócteles, el dry martini. Brillante y frío como una bala de plata, seco y contundente como una puteada blasfema. El dry martini, tiene gin, con una gota de vermut blanco y seco ─Churchill sostenía que bastaba con que un rayo de sol atravesara la botella de vermut e incidiera en la copa─. La mezcla debe ser revuelta con mimo en vaso mezclador, nada de agitarlo en coctelera y de esto sabía Ian Fleming quien hizo que James Bond lo pidiera “stirred not shaken”; algún guionista de la primer película de la saga ─con toda seguridad abstemio─ que no tenía la mínima idea del asunto lo cambió por “shaken not stirred”. La mezcla va servida en una copa con dos aceitunas verdes ─yo uso cuatro─. Y un twist de cáscara de lima.

Cóctel literario si los hay y cosmopolita. Actor principal en muchas películas a la hora de escenificar cócteles mundanos.

Y una excelente inspiración que éste sábado me llevó a escribir sobre balas de plata.

 

 





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