En la última semana, los sufridos tele espectadores y lectores de diarios hemos sido testigos de una fuga espectacular, también víctimas de la creatividad de los periodistas televisivos. En lo concreto, el escape fue digno de la película Bonnie and Clide o, mejor aún, la mentada fuga del pistolero John Dillinger, cuando escapó de la cárcel amenazando a los guardas con una pistola tallada en un pan de jabón de lavar y pavonada con el betún negro que, dandy aún tras las rejas, usaba para lustrar sus zapatos. Siguiendo este camino, podemos dedicarle a estos prófugos, que alcanzaron picos de audiencia dignos de causas mejores, alguna narración o poema épico. Quizás integrarlos en una antología al estilo de Gangs of New York, que inspiró un relato a quien nació el mismo año que Hemingway y del cual se cumplirán 30 años de su muerte el próximo 14 de agosto. Porque los fugitivos, escurridizos como una anguila aceitada, son un tema que da paño para cortar, pienso en Jean Valjean, en Edmundo Dantés o, mejor aún, en el Manuel Rodríguez de la tonada "Señora, dicen que donde, / Mi madre dice, dijeron, / Que vieron al guerrillero, /... / Saliendo de Melipilla, / Corriendo por Talagante; / Cruzando por San Fernando, / Amaneciendo en Pomaire,". Por You Tube se puede escuchar la versión de Mercedes Sosa; prefiero otras. Pese a que esta es una página literaria vale la pena resumir los hechos de manera escueta para poner en contexto a los que desconocen la historia -sobra información en la web-. En la madrugada del 27 de diciembre se escaparon, de un penal de la provincia de Buenos Aires, los tres condenados por el llamado "asesinato de la mafia de la efedrina", que ocurrió en 2008. Mucho se habló de los aportes de los finados para la campaña presidencial, pero el culebrón terminó y fue olvidado. A mediados del año pasado, se empezó a dar la segunda parte del culebrón, cuando uno de los implicados por el triple asesinato de 2008, entrevistado en prisión por un periodista amarillista, hizo declaraciones explosivas frente a las cámaras. Picos de rating y -a causa de las declaraciones, o no- el candidato oficialista perdió, en el ballotage, la carrera para gobernador en la provincia de Buenos Aires. Hasta aquí los hechos que hoy tiene derivas rocambolescas y literarias.
En primer lugar, siempre según las múltiples versiones de testigos, protagonistas e investigadores, para escaparse, los asesinos habrían usado una pistola de madera -quizás la utilería fue tallada por ellos mismos; descarado plagio a Dillinger-. En segundo lugar, el último de los guardias reducidos antes de ganar la calle, la libertad y la fama era... Testigo de Jehová y por lo tanto estaba autorizado a no portar armas ya que su credo se lo impedía. No tengo nada en contra de los Testigos de Jehová pero hasta las leyes antidiscriminatorias tienen su límite a la hora de emplear gente, y que un Testigo de Jehová busque trabajo como guardia cárcel es tan inverosímil como que sea hematólogo. El guardia podría haber sido, por ejemplo, hemipléjico, pero armado con una escopeta 12/70 con postas del 9 o con una entrañable pistola 45 ACP con balas Hydra-Shok de 230 grains. En ambos casos nuestro guardia, en su silla de ruedas, habría devenido en macabro muralista, usando a los prófugos como pintura de paredes. El guardia también podría haber tenido una pierna menos y usar muletas, como Long John Silver o ser jorobado, como Quasimodo, tuerto como el alguacil "Rooster" Cogburn de El valor de la ley, manco como el capitán Garfio; también el guardia podía haber tenido un ayudante sordo, pero de buena vista. Pero de manera definitiva algo no podía ser... Testigo de Jehová. Y las versiones siguen, hace tres días -o cuatro o dos- los fugitivos pasaron por un control policial y, sin ninguna necesidad, pararon y balearon a dos policías, ¿si estaban huyendo, por qué bajar a acribillar a dos policías que no podían detenerlos?, casi de inmediato fueron cercados en un lugar próximo a la balacera. Vimos por televisión: patrulleros, helicópteros, policías, gendarmes y periodistas comentando en vivo: los prófugos estaban rodeados y habían pedido un abogado para negociar su entrega. Al otro día su auto apareció quemado en otro lugar muy distante, ¿preocupados por escapar tienen tiempo de prenderle fuego al vehículo? Luego volvieron sobre sus pasos y pasaron por la casa de la suegra de uno de ellos para robarle el auto, ¿retroceder en la fuga para robarle un auto a un pariente?, hay que odiar mucho a la suegra. El culebrón sigue, se me hace imposible no pensar en Harrison Ford con el implacable Tommy Lee Jones pisándole los talones o, antes, Butch Cassidy y Sundance Kid con los detectives de la Pinkerton siguiéndolos por toda América. Por último, en aquella antológica La fuga (The Getaway) de Sam Peckinpah, con Ali McGraw y Steeve McQueen -un duro inolvidable que hace maravillas con la 45 ACP y la 12/70-. Pero Steeve McQueen es un fugitivo de buten, no escapa de guardias Testigos de Jehová o dignos -valga la licencia del anacronismo- de un rol protagónico en la película La armada Brancaleone.
A lo mejor, todos nos equivocamos, y los fugitivos están urdiendo un plan tan elaborado como el del tercer crimen del Scharlach el Dandy en "La muerte y la brújula", por lo menos los enredos de esta fuga de ópera bufa lo ameritan como uno de sus entremeses. Porque si la vida es una comedia humana, merece un entremés como el del tercer crimen de Scharlach. Ya que en el párrafo anterior hablé de películas y ahora lo hago de dandies, pienso si estos hechos que azuzan mi perspicacia no tienen un final literario. Así, imagino a los tres prófugos repitiendo los pasos finales del otro dandy -el que mandaba gentiles cartas a los directores de los diarios pidiéndoles que escribieran correctamente su nombre, John Dillinger, y que fue abatido a la salida de un cine-. Entonces, cerraría mi relato; los tres son capturados -pero de manera incruenta- en alguna sala de la ciudad de Buenos Aires. A la salida de una función donde reponen la versión original de La Fuga.
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