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Escritor Argentino

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Diario de marear

Schadenfreude

07 de agosto, domingo. En el libro octavo de la Odisea, he leído que los dioses les tejen desdichas a los humanos para que a las futuras generaciones no les falte de qué cantar. Ahora, como muchos, he conocido esta sentencia en prosa, porque no abundan las traducciones en verso de Homero -y más tratándose de una lengua muerta-. Aunque, en que hace a la poesía, soy partidario de la traducción literal en textos bilingües. En verso o en prosa la idea homérica persistió y, 27 siglos después de la Odisea, José Hernández glosará esta reflexión, ahora sí en verso y en nuestra Pampa cuando nos dice: "Y sepan cuantos escuchan / De mis penas el relato..." El gaucho Martín Fierro canta a su audiencia sobre sus penas y "liso, muy liso", como un siglo después -y 28 después de la Odisea- lo hará el José Ramón Cantaliso de Nicolás Guillén.

En otras palabras, la idea de un hombre luchando contra su destino, es un espectáculo que no solo les agradaba contemplar a los dioses del Olimpo sino también a los mortales. Y así hasta el día de hoy, sea en libros, en butacas de teatro o en canciones como Pedro Navaja. Los griegos con su mitología primero y su dramaturgia después, empadronaron todos los vicios y miserias posibles del ser humano; luego, sus instituciones oficializaron el destierro, el asesinato político, la xenofobia y la catalogación de ciudadanos de primera y segunda clase. Por no hablar de algunas felonías mayores y menores que podemos leer en el Antiguo Testamento y recuerdo, a modo de muestra, el triángulo amoroso David, Betsabé, Urías.

Ya en otro tono, Alex, el de A Clockwork Orange, lo dirá en prosa cuando habla de su propia cosmovisión estética: "And is not our modern history, my brothers, the story of brave malenky selves fighting this big machines" ("No es nuestra historia moderna, hermanos míos, el caso de los bravos y pequeños individuos peleando contra esas enormes máquinas.") Y pienso si esas big machines aludidas por Alex no serían las desgracias que urdían los dioses del Olimpo cuando, como hooligans, disfrutaban de las desgracias de griegos y troyanos. Desgracias cotidianas provocadas por las big machines  contra las cuales no hay Deus ex machina que venga en nuestra ayuda.

Previo a Anthony Burgess, su compatriota, Oscar Wilde, también reflexionó, ahora más cercano a Marx -Groucho, ya que no Karl- “cualquiera puede simpatizar con la desgracia de un amigo, pero se necesita una naturaleza muy fuerte para soportar sus éxitos.” Ya Aristóteles había reflexionado en su Poética acerca de lo que habría de convocar la solidaridad de Wilde con las desgracias de sus amigos cuando dice -Aristóteles- que uno de los elementos constitutivos de la tragedia es que llama al temor y la compasión. De la segunda parte de la reflexión de Wilde, que en el fondo contradice la primera, porque si uno no soporta el éxito de los amigos, lo que en el fondo lo alegran son sus desgracias, sentenciarían los alemanes. Ellos se encargaron de resolver esta "paradoja de Wilde", cuando crearon le mot propre.

Los alemanes, con la precisión filológica que los caracteriza, definieron con un vocablo esta poética que nos acompaña desde los orígenes de la literatura; y para eso acuñaron, hacia 1895, la palabra Schadenfreude, que el Webster Dictionary adopta aclarando que es un sustantivo usado para especificar “la satisfacción o placer sentido al contemplar la mala suerte de los otros.” Es una pena que el Diccionario de la Real Academia, atrase un siglo; Schadenfreude es una bellísima palabra. Aristóteles se anticipó, en parte, para preparar el contenido semántico de este neologismo alemán cuando nos habla de otro caso de caída en desgracia. Para esto, Aristóteles define otro tipo de tragedias provocadas no por desventura o por maldad "sino por algún error", y a este concepto lo llamó hamartía; el error perpetrado por ignorancia o equivocación. Y Borges sentó jurisprudencia para todas las situaciones trágicas cuando nos dijo "La derrota tiene una dignidad que la victoria desconoce." Y Heminwgway hará su poética basado en la dignidad de la derrota, el lector sabe de antemano que sus héroes son losers, sean Robert Jordán o el viejo Santiago.

Todas estas reflexiones sobre los sutiles matices de la Schadenfreude a propósito de una nota que leí en "El País Semanal" el día de hoy, Rosa Montero anticipa el argumento de una película protagonizada por Meryl Streep: Florence Foster Jenkins. La historia de una archimillonaria que tenía vocación de soprano pese a que cantaba fatal. Amparada en su chequera y blindada a las críticas, esta mujer llevó su carrera profesional adelante pese a que era definitivamente mala, tal como lo hiciera nuestro compatriota Ricardo Fort, y en sus actuaciones solo cosechó burlas del público; más aún: las de su propio pianista cuando daba recitales de cámara. Habrá que ver la película.