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Escritor Argentino

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Diario de marear

El Poor Richard’s Almanack

11 de septiembre, domingo. Como hago a mediados de mes, revisé los periódicos de los últimos 30 días y separé notas que me resultan atractivas. Durante la semana leo por Internet diarios argentinos, franceses, mexicanos y españoles, si algún artículo me parece interesante lo archivo digitalmente. Sábados y domingos recibimos dos periódicos argentinos y El País. Terminada la revisión, rescaté dos notas para escribir sobre ellas y sus derivas. Ambas me recordaron una sentencia de Benjamín Franklin, si bien él se refirió a las pavadas que uno puede decir cuando habla, es más grave si las escribe; Verba volant, scripta manet (Las palabras vuelan, los escritos permanecen).

Primero la dama. En la contratapa del país del 20 de agosto, una conocida escritora y crítica literaria habla de su viaje por Sicilia, Nápoles, Florencia y Roma. Por los lugares que visitó tuve una sana envidia, pero sólo escribió que Florencia le dejó una única y huérfana impresión, cito textual: "una ciudad frígida, falsa"; nada más. En este punto de mi lectura, hice un alto y recorrí mis propias experiencias. En el ejercicio de evocación, dejé de lado los íconos culturales más conspicuos de Florencia y rescaté sólo una jornada de una larga caminata. El recorrido empezó cruzando el Ponte Vecchio para adentrarme por calles zigzagueantes, me mimeticé en la "arquitextura" de construcciones medievales, vistas panorámicas del Forte di Bevelvedere y el Piazzale Michelángelo, culminé en la Chiesa di San Miniato al Monte. Todo el recorrido sazonado por vistas del resto de la ciudad, el Arno sus puentes; de vuelta al hotel, uno de esos helados que sólo se encuentran en la Via del Corso.

En Roma, la mentada se "expone a los cuadros, a las ruinas" y "no puede sentir nada", en Santa María del Popolo vio La crucifixión de San Pedro que "ni siquiera sabía que estaba allí"; será por eso que se pasó por alto el otro Caravaggio, que está justo al frente: La conversión de San Pablo. Llegó hasta en el barrio, pero se olvidó de subir al Pincio y ver desde sus terrazas una de las más bellas panorámicas de las otras colinas de la ciudad. De las fuentes, ni hablar -aunque estaba en "la ciudad de las fuentes"-, en particular cuatro, una por esquina, en la Via delle Quattro Fontane, a metros de la iglesia de Borromini; solo visitarla justifica el viaje.

En la segunda nota que separé, el escritor dijo en una entrevista: "Mi padre, para asegurarse de que no pudiéramos escapar de la lectura, se negó a comprar un televisor durante nuestra infancia". En su último libro donde recopila sus notas y ensayos, vuelve sobre este tema del papá lector. Pienso en variaciones estéticas: "mi padre, para asegurarse que no pudiéramos escapar a la maravilla del séptimo arte, mermó la compra de libros y nos hacía ver películas de Bergman, Eisenstein, Jarmusch y Wenders durante nuestra infancia" o "mi padre, para asegurarse a que no escapáramos al valor supremo de la música, se negó a comprarnos libros y revistas y nos hacía escuchar a María Callas, Caruso, Pavarotti y Kiri Te Kanawa todos los días". A ver, que esto de la lectura -o la pintura o la música o el cine o el encaje de bolillos- de la cual uno quiere escapar es como advierte Ney Mattogroso en la canción Homem con H: "Se correr o bicho pega / Se ficar o bicho come" ("Si corrés el bicho te agarra / Si corrés el bicho te come"). Este tema me toca de manera particular porque mi padre también era estalinista y aplicó una pedagogía semejante, con un valor agregado. Para él las historietas eran un invento del imperialismo yanqui, para embrutecer lectores, si me encontraba leyendo alguna la rompía; cuando yo alegaba que era prestada la respuesta era: "tus amigos aprenderán a no prestarte estas porquerías". Terminé leyendo historietas en casa de unos vecinos donde también veía series de televisión. Sigo fanático de los culebrones, también de Will Eisner, Milton Canniff y Hugo Pratt.

Hace cuatro años, la dama y el caballero se cruzaron en un par de notas. El casus belli: un artículo de ella sobre "escritores de culto" -las opiniones recopiladas por la bella eran de escribidores frequent travellers de suplementos literarios y programas de TV-; no tiene desperdicio. Por su parte, el escritor hijo de padre leído, que no fue incluido por la dama dentro de ese exclusivo y elitista club, le replicó al tono. En su respuesta esbozó un argumento demostrando que él debe ser considerado como autor de "mejor vendidos" ("best sellers") y también "escritor de culto". Tesis, antítesis y síntesis hegelianas, pero de café. Su respuesta tampoco tiene desperdicio.

Las dos notas anteriores y las de "escritores de culto" me hicieron recordar la sentencia de Franklin, que aparece en su Poor Richard’s Almanack: "Es mejor quedarte callado y que sospechen de tu necedad, que hablar y quitar cualquier duda".

Moraleja vila-matiana: "Si quieres hacerte el Roberto Arlt o el Fogwill para Épater les cons con lo que escribes, fíjate bien a quien vas a imitar. Por ejemplo, no elijas como modelo a Rodrigo Fresán porque te vas a estrellar".