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Notas de Joe Turner

Calderón, Hemingway y Miranda

Calderón, Hemingway y Miranda

 

En 1885, el escritor y polígrafo Lafcadio Hearn, entonces residiendo en Nueva Orleans, publicó Gombo Zhébes, antología anotada de proverbios Creole, que incluía la versión en lengua Creole y la traducción en francés e inglés. El proverbio 79, trasciende el universo afro, francófono, católico apostólico romano (síntesis de la cultura Creole): “C’est langue crapaud qui ka trahî crapaud, que él traduce como: “Es la lengua de la rana la que traiciona a la rana”. Lafcadio Hearn explica los problemas de articulación de los nativos africanos para pronunciar la palabra acertada en francés, grenouille (rana), y su reemplazo por sapo (crapaud). Lo importante es el origen de este proverbio: la superabundancia de ranas en la cuenca del Mississippi hizo la delicia de los colonos franceses de la Louisiana, degustadores de las ancas, de allí el despectivo exónimo que acuñaron los angloparlantes para referirse a ellos: ranas (frogs). El intercambio entre amos y esclavos tuvo transculturaciones, apadrinadas por las Siete Musas, en ambas direcciones, las más importantes: musicales ─instrumentos incluidos─, religiosas, estéticas y culinarias. En la Louisiana, las descomunales ranas toro abundaban y eran fáciles de atrapar; en horas de la noche, su canto orientaba a los cazadores con lo cual pasaban del arroyo a la olla y de ambos a la paremiología Creole. Nosotros tenemos un proverbio equivalente: “El pez por la boca muere”, pero no es lo mismo, cantar es una forma de comunicarse y, muchas veces, al hacerlo, ranas y humanos se condenan. Por eso es imposible transitar por el difícil camino del saber callarse sin jalonarlo de citas y proverbios.

La historia de quedar condenado por palabras apresuradas ya aparece en la Biblia, Esaú, hambriento, no dudó en vender su primogenitura a su hermano Jacob por un guiso de lentejas; más prudente, Ulises optó por el nombre Nadie (Outis) cuando, junto con sus hombres, fue atrapado por Polifemo, pero no supo quedarse callado cuando, luego de cegar al Cíclope, al momento de huir, le gritó que le dijera a su padre, el dios Poseidón, que quien lo había cegado había sido Ulises, fanfarronada que dilató varios años su regreso a Ítaca; también escasa de prudencia estuvo María Antonieta, cuando le informaron que el pueblo se quejaba por la falta de pan, tuvo un inolvidable exabrupto: “Que coman pasteles” (Qu'ils mangent de la brioche), poco oportuna declaración que, ciertamente, se le volvería en contra. Quizás a Ulises y María Antonieta les habría venido bien aquella reflexión ─anacronismo mediante─ de Martín Fierro: “Y naides se muestre altivo / Aunque en el estribo esté / Que suele quedarse a pie / El gaucho más alvertido”.

Esta rara habilidad del ser humano de no saber callar ha resultado en advertencias, comunes a todas las culturas, sobre el arte de saber mantener la boca cerrada, desde “el hombre es amo de las palabras que calla y esclavo de las que pronuncia”, de origen árabe, al “es mejor permanecer callado y ser considerado tonto que hablar y disipar toda duda”, de Abraham Lincoln. Lo cierto es que en el reino animal, aves o ranas, el cantar, es mayoritariamente atributo de los machos, otro tanto pasa con los plumajes y colores vistosos. Pluma y canto van ligados a la ostentación, que hacen a sus poseedores presas fáciles, en la cadena trófica, de hambrientos predadores que se aproximan silentes y camuflados.

Hemingway que de fanfarronería y ostentación sabía bastante, supo sacar conclusiones de algunas de sus homéricas metidas de pata, muchas veces borracho, y sentenció al respecto: “Lleva dos años aprender a hablar y sesenta aprender a quedarse callado” (It takes two years to learn to speak and sixty to learn to keep quiet); y:"Siempre haz sobrio lo que dijiste que harías cuando estabas borracho. Eso te enseñará a mantener la boca cerrada" (Always do sober what you said you'd do drunk. That will teach you to keep your mouth shut.)

Hoy en día, el ya hipertrofiado cosmos de la comunicación y altar del egocentrismo de las redes sociales se ha visto nutrido por la pandemia de Covid 19, que nos ha hecho conscientes de la fugacidad de nuestro paso por el mundo y también de nuestra indefensión frente a un invisible enemigo. Quien más, quien menos, ante la imposibilidad de dar otro tipo de solución, se ve en la obligación de dejar algún pensamiento trascendente para el resto de la humanidad. A la hora de ser delatados por nuestra lengua, la idiotez humana trasciende orientaciones políticas y nacionalidades.

En muchas películas policiales hemos asistido a la advertencia que hace el policía al arrestar al sospechoso o al criminal atrapado in fraganti, en ella se le avisa que tiene el derecho de permanecer callado porque cualquier declaración que haga podrá ser utilizada en su contra; por lo tanto se le recomienda hablar sólo después de ejercer su derecho, como reo, de solicitar la presencia de un abogado. Este protocolo es conocido como “Advertencia Miranda” y, en el fondo sintetiza todos los proverbios que nos advierten acerca de la importancia de no hablar más allá de los límites de la cordura.

Todos en algún momento de nuestra vida hemos necesitado ─y necesitaremos─ de alguien que nos recuerde la prudente Advertencia Miranda. Que además también nos lleva a la literatura, por aquel pasaje de Calderón de la Barca de La vida es sueño: “mejor habla, señor, quien mejor calla”.

 





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