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Escritor Argentino

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Notas de Joe Turner

Plagiadores eran los de antes
Plagiadores eran los de antes

La palabra plagio conserva su sentido, con distintos matices, desde la antigüedad. Del verbo griego plekós (entrelazar, maquinar) deriva el adjetivo plagios (inclinado, oblicuo); en latín el sustantivo plagiarius, fue variando su significado en la cultura romana; al principio refería al saqueador; en la época de Augusto el sentido semántico agregó dos desplazamientos metonímicos: el primero pasó a referirse al secuestrador de hombres libres para venderlos como esclavos, el segundo, es su significado actual.

Desde sus orígenes, el concepto de plagio es asociado con la idea de tramar enredos y saqueo, el resto son matices para encubrir la estafa literaria. Porque verdad y mentira tienen rasgos que concuerdan: el porte, el modo de andar y el gesto, las contemplamos con los mismos ojos y una no existe sin la otra; no sólo somos débiles ante el fraude, es más, lo buscamos e incitamos para que nos atrape; hasta que descubrimos al ladrón; entonces el famoso y célebre deviene infame o tristemente célebre.

De los últimos cuatro lustros retengo tres sonados casos de escándalo por plagio. En 2000, editorial Planeta retiró de circulación Sabor a hiel, de Ana Rosa Quintana, se probó que la mechera había plagiado a Danielle Steel (¡?), si bien poco antes en una entrevista la autora advirtió que había “guiños” a Más allá del jardín, de Antonio Gala y El pájaro canta hasta morir, de Colleen McCullough. Hechas las correcciones del caso, el libro se reeditó; pero, se descubrió que, además, había plagio a Ángeles Mastretta (¡¡¡???), ahora no hubo tutía y la novela fue retirada de circulación.

En vísperas de recibir el premio de la Feria Internacional del Libro de 2012 en Guadalajara, Alfredo Bryce Echenique fue repudiado por un colectivo de escritores mexicanos quienes difundieron la extensa lista de sus probados robos literarios de colegas famosos. Quizás se pueda justificar el premio de la FIL de Guadalajara a Bryce Echenique; éste siempre hurtó a escritores de fuste.

Por estos andurriales, en 2006, Editorial Sudamericana publicó Bolivia construcciones de Sergio di Nucci, premio "La Nación Sudamericana”; semanas después, el mismo jurado que galardonó la obra revocó el fallo por plagio a Nada de Carmen Laforet; pese a que ya era un best seller, la editorial retiró el libro del mercado. Trascartón se levantó una polvareda desde sectores de la Academia ─que di Nucci fuera profesor universitario no es detalle menor─, en bandos enfrentados algunos colegas denostaron al plagiario, con idéntico fervor, otros lo ensalzaron. Las argumentaciones a favor del punga escribidor bordearon el universo sicodélico de Lucy in the Sky with Diamonds de los Beatles. Esgrimieron desde multinacionales de la cultura y capitalismo censor a libertad del artista; pilotos consumados en singladuras argumentales, las huestes de Sergio di Nucci bojearon dos ínsulas semánticas: Plagio y Robo; y se asilaron en dos embajadas literarias: Intertextualidad y Homenaje.

En La Habana para un infante difunto, Guillermo Cabrera Infante cuenta sus intenciones cuando le presta El amante de Lady Chatterley a su amiga Dulce Espina. Así pretendía dar una declaración erótica que no pudo expresar de otra manera. En respuesta a este avance literario amoroso, Cabrera Infante recibió de vuelta el libro lleno de anotaciones, la más deliciosa correspondía a la frase “Se ponía el sol”; Dulce la había marcado con la observación: “Plagio a Horacio Quiroga”. Con este primer round erótico-crítico-literario el autor nos pone, en solfa, en el medio de tópicos que ya había desarrollado con virtuosismo en Tres tristes tigres; específicamente en el capítulo: “La muerte de León Trotski referida por varios escritores cubanos años después, o antes”. Estos tópicos de Cabrera Infante son: "escribir a la manera de”, la parodia, el tratamiento de la misma historia por distintos autores o puntos de vista. Lo que nos ubica en las fronteras del homenaje y el plagio.

“Los poetas son ladrones unos de otros”, reflexiona el Gobernador en El retablo de las maravillas, de Cervantes. Un viejo refrán de provincia dice: “"acá son todos mancos, pero falta el poncho”; aunque Cervantes, no fue manco al momento de copiar, por eso se curó en salud con su Retablo de las maravillas; porque el argumento lo tomó del “Enxiemplo XXXII”, del Infante don Juan Manuel: “De lo que contesció a un rey con los burladores que fizieron el paño”, idea que el Infante rescató de un cuento árabe. El Infante ─Juan Manuel ya que no Guillermo Cabrera─, tampoco fue lerdo a la hora de meter su pluma en los tinteros de ideas ajenas; copió a todo el mundo, hasta a los persas, como hizo en su “Enxiemplo XXXV. De lo que contesció a un mancebo que se casó con una mujer muy fuerte et muy brava”; enxiemplo que reescribirá Shakespeare en su La doma de la arpía.

Quevedo era corto de vista ─su nombre designa a ese tipo de anteojos que los franceses llaman pince nez─. Sin embargo, veía bastante más allá de sus narices cuando, en relación a sus lecturas de los clásicos dijo: “vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos”. Sor Juana, que contemplaba el mundo desde los límites de su clausura, estuvo en resonancia espiritual y literaria con Quevedo cuando escribió “escúchame con los ojos”; la monja jerónima también tiene ecos con el Góngora de “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”, cuando lo contrapunteó con su “es cadáver, es sombra, es polvo, es nada”. Por su parte, Pablos, el protagonista de El Buscón, de Quevedo, a propósito de un compañero que, a fuerza de plagios, quiso devenir comediante y autor de una obra que fue un fracaso nos cuenta: "Díjome que jurado a Dios que no era suyo nada de la comedia, sino que de un fragmento tomado de uno, y otro de otro, había hecho esa capa de pobre, de remiendos, y que el daño no había estado sino en lo mal zurcido."

Entre “La muerte de León Trotski...” y el primer relato escrito conocido, median casi cinco mil años de literatura oral y escrita y, mientras no aparezca algún documento que pruebe lo contrario, el único texto que puede permanecer libre del sambenito de la influencia y jactarse de ser original es El cantar de Guilgamesh; de esta creatio ex nihilo de las bellas letras desciende todo lo que hoy entendemos como literatura. Siguiendo con el juego de Cabrera Infante en un trabajo más puntilloso, en La Habana para un infante difunto, Dulce Espina podría haber anotado en su Biblia, en Gen. 6-12 16 (El Diluvio): “Plagio de Guilgamesh, ¡Noé es Enkidú!”

Quizás por eso, por aquello de "quien avisa no roba", Cervantes sentó jurisprudencia en El viaje del Parnaso cuando alertó: "Se advierte que no ha de ser tenido por ladrón el poeta que hurtare algún verso ajeno, y lo encajare entre los suyos, como no sea todo el concepto y toda la copla entera, que en tal caso es tan ladrón como Caco."

 





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